En mi trabajo fotográfico habitual cuento con la ventaja de poder zambullirme en varias disciplinas que suelo disfrutar con igual intensidad: el retrato, el interiorismo/arquitectura, el reportaje, eventos, el paisaje, el bodegón… Cada uno de estos espacios de trabajo me demanda unas características bien particulares a la hora de enfrentarme a ellos.
El bodegón (palabro que nunca me ha convencido) me demanda una actitud bien distinta a la que me exigen, por ejemplo, los retratos o la arquitectura. En mi caso, las composiciones con productos, naturales o comerciales, están trabajadas en soledad, acompañadas habitualmente de un selección musical y café.
Si los escritores parten de una página en blanco, el fotógrafo empieza desde una sala negra.
En mi estudio fotográfico todo empieza a oscuras y. a partir de ahí, empiezo a desplegar a capricho las luces y demás elementos que intervienen en la creación de un bodegón.
Las luces, junto al producto protagonista, los fondos y sus colores, la composición, la profundidad de campo, el estilo, el encuadre, el punto de vista, los elementos decorativos, no son elementos gratuitos sino intervenidos de manera intencionada para conducir a la imagen buscada.